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  MUSICA
 

 
La música: algo más que un concepto

RICARDO MONTALBAN SEQUEIRA (*)

 

Recientemente escuché a un locutor de una de las estaciones radiales del país la definición de la música como «el arte de combinar sonidos en el tiempo de forma que resulte agradable al oído». Exactamente el mismo concepto que aprendí en la secundaria, en el inicio de la década de los años setenta. Una concepción clásica, pero por desgracia incompleta.

La música no es simplemente combinar sonidos. Es un arte claro que sí, pero una expresión artística yendo más allá, incluso de la inherencia al ser humano. Dios (la naturaleza o el cosmos) puso en muchas aves del universo preciosos sonidos musicales, tan artísticamente combinados, no sólo en el tiempo, sino también en el espacio. Los perros aúllan extrañamente, ante la mágica tonada de un instrumento musical.

Es más, los científicos aseguran que las plantas se desarrollan con gran calidad, si éstas crecen con un poco de estos sonidos en su ambiente. Sin embargo, debemos admitirlo: de este arte, lo inherente al homo sapiens es la gran capacidad creativa del hombre y la mujer. Actividad que tampoco se limita a la simple combinación de sonidos, como lo expresa el concepto clásico.

En primer lugar, porque la música primordialmente también es sentimientos. Sentimientos con reacción en cadena, pues por un lado es la expresión artística de un compositor, donde él traslada las inquietudes de su alma al sonido de los instrumentos, o a la voz y de esa manera aparte de expresar un mensaje, asimismo crea vibraciones en nuestros propios espíritus, introduciendo millones de efectos sicosomáticos, diferentes y diversos, en cada uno de nosotros.

Por esa razón, afectando nuestro yo físico, biológico, mental y espiritual, la música nos pone a llorar, a reír, a cantar, o a bailar; nos entristece, nos alegra, nos aquieta o nos electriza; hace dormir o alterar nuestras neuronas, paraliza o alborota nuestras neuronas, sin importar que su lírica esté en español, o en chino, ruso, alemán, inglés, francés o cualquier lengua, idioma, dialecto o jerga y dependiendo de la selección musical que escuchemos, de nuestra actividad en el momento de nuestro estado de ánimo o del recuerdo que esa composición nos traiga a la mente, lo cual explica el porqué no causa el mismo efecto en todas las personas al mismo tiempo.

La música es además un punto de referencia mental en todas las acciones importantes del pasado del ser humano. Nos puede marcar todo un período histórico social, como la época sandinista por ejemplo, si hablamos en términos generales. Suele establecernos etapas del crecimiento humano, como la adolescencia de la generación de los setenta o yendo a lo individual, una canción nos recuerda el primer beso, nuestro platónico primer amor, los inolvidables años en la secundaria, la última visita a la abuela, el mejor paseo a la playa, el parque de diversiones y en fin, existe una composición para cada actividad del pasado en nuestras vidas.

Hay una para cada uno de nuestros recuerdos y si tomamos en cuenta que «recordar es volver a vivir», la música posee esa misteriosa capacidad de transportarnos hacia esos recuerdos para volverlos a vivir hasta con los mismos vuelcos del corazón, la misma sudadera de las manos, la misma canillera de aquellos hermosos instantes.

ARTE DE LA EXISTENCIA MISMA

Este es el arte de la existencia misma del ser humano, de la sociedad, de los reinos de la naturaleza y cada una de sus actividades. Inunda cada aspecto de nuestras vidas individuales y como conglomerado. Por esa razón hay música para escuchar, bailar, relajarnos, recordar, para las guerras, para la paz, para amarnos, conquistarnos, para trabajar, para descansar, para inspirarnos, para las revoluciones, para las elecciones, para la nación, para la Patria, para alabar a Dios, para acompañar y dar bellísimos efectos o brindarle una realidad palpable a otras artes como el cine, la televisión, la poesía, el teatro, la radio, la publicidad.

Díganme una actividad donde no esté involucrado el arte de la belleza de los sonidos. Hasta nuestro luto tiene composiciones que representan el respeto, el dolor y la tristeza que nos embarga con la pérdida de nuestros seres amados. Imaginemos una película sin los efectos que contribuyen acentuando los matices dramáticos de las escenas, diferenciando composiciones para la acción, el suspenso, el terror, el romance, la alegría, la tristeza, el peligro, la desesperación, la paciencia, la burla, la sátira, el humor, la derrota, el triunfo y tantas otras obras maestras.

Hasta aquí vemos a la música inferida dentro de los cuatro grandes campos de las actividades del ser humano: el político, el social, el cultural y el religioso. Falta el campo económico, también involucrado en este asunto, aunque con valores ambivalentes, porque por una parte es innegable que la industria musical ha contribuido al multiplicar el conocimiento y el gusto por los sonidos artísticamente combinados, pero por el otro, hay peligro ya de clasificar a este arte como en período de extinción, pues, poco a poco lo van convirtiendo en el mero negocio.

La música como tal, interrelacionada a otras especialidades, ha contribuido a impulsar las actividades publicitarias, el negocio radial, el televisivo, la industria disquera, la de los cassettes, la cinematográfica, la fama de muchos intérpretes y compositores, el desarrollo y comercio de artefactos de reproducción de sonido, profesionales, domésticos, etc.

Pero el mercado es el gran asesino de las artes. Bondadoso, mientras fue un arte impulsando el negocio, pero hoy, transformado en un negocio impulsando al arte, se vislumbra el apocalipsis de un legado del que algún día sólamente nos quedará el recuerdo de lo maravilloso que fue.

El problema comercial de la música, es exactamente el de todo negocio: bajar los costos de producción para que el inversionista gane más, independientemente del atentado contra la calidad de la mercancía. Los productores discográficos, antes de invertir en una buena canción, de un buen compositor, para un buen intérprete, prefieren pagar por la parodia de una vieja selección, un fondo musical pregrabado y un par de desconocidos que no cobren por interpretarla. Lo demás se lo dejamos a la trampa clásica empleada por la publicidad; la repetición constante taladrando nuestro cerebro, hasta convencernos de que estamos ante un grandísimo y maravilloso éxito, aunque escuchemos a intérpretes que ni siquiera saben hablar.

En síntesis, comprobamos que la música no sólamente es el arte de combinar sonidos en el tiempo de manera que resulte agradable al oído. Este concepto hasta tiene su negación, pues una composición resulta agradable a unos y a otros no, por lo cual no deja de ser música. Queda planteada la inquietud. Necesitamos buscar un nuevo concepto que la defina realmente como es: sencillamente, música dentro de todos los ámbitos humanos

 
   
 
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